‘La isla de los olvidados’ da frío

“La isla de los olvidados”, del director noruego Marius Holst, se estrenó en las salas españolas el pasado 19 de octubre, más de dos años después de que se estrenara en el país escandinavo en 2010, y cuenta la historia de unos chicos que se encuentran aislados en un centro de internamiento de menores situado en una isla del mar del Norte.

Los protagonistas de esta película son delincuentes menores de edad apartados de la sociedad por un espacio de tiempo indeterminado, un periodo que se decide en la misma isla según su comportamiento y el capricho del director del centro. Se trata de una historia basada en hechos reales que ocurrieron en la prisión de menores de la isla de Bastoy, situada en el fiordo noruego de Oslo, a principios del siglo XX, en el año 1915.

De una temática como esta, el cautiverio de unos jóvenes delincuentes en un paraje aterrador como es un islote solitario de la fría Noruega, el espectador no espera grandes sorpresas cuando mira a la pantalla. En cambio, a mi sencillo parecer, la película no es grande pero sí abarca un considerable pedazo de cine. Hay algunos matices o detalles de este trabajo de un director poco conocido que son un buen decorado para la puesta de escena de una historia cruda y cruel como la que se cuenta.

El paraje es frío, gélido. Es una sensación que no solo se consigue con el paisaje congelado del país nórdico que se muestra durante casi toda la película. El cielo permanece gris durante la mayoría de las escenas; los reflejos blancos y azules de la nieve iluminan la pantalla y el rostro de los protagonistas; también la humedad de la lluvia, de los copos de nieve que se precipitan al caer el invierno sobre la isla, nos ayudan a sentirnos fríos.

Este trabajo de cine noruego es el relato de una historia dura, de la crueldad del cautiverio en un centro que no tiene otro control más que el del propio carcelero, y también de amistad y compañerismo. Las obras de este estilo suelen mostrar la parte más desagradable que casi siempre existe tras estos dramas, los abusos y la violencia, y en esta isla tampoco se escapa de este elemento común.

El contraste lo ponen aquí los chicos en su intimidad. Frente al personaje del carcelero al que interpreta Stellan Skarsgard (Will “El botas” Turner en la saga de Piratas del Caribe), los jóvenes protagonistas de esta cinta, Erling y Olav, combaten la soledad de la isla con historias. De marineros que viajan en sus barcos en busca de ballenas, de heroicos arponeros cazadores de estos enormes mamíferos. Así, la áspera narración del sufrimiento en una cárcel sin paredes, coge un poco de otro color que no sea el de hielo blanco, se tiñe con el fulgor del candil que les ilumina cuando se esconden en las letrinas a contar y escribir.

Además del frío, que mata, esta cinta entremezcla a su vez pequeños detalles de la sociedad noruega de aquel momento, y que se podrían extender también a la de otros países. Fuertes sentimientos religiosos estrechamente unidos al poder, algo de autoritarismo y militarismo, y un poco de corrupción, de clientelismo.

En este caso la película guarda varios de sus mejores puntos para el final. Tras la “toma de la Bastilla” que llevan a cabo los presos, un hecho que se podría ver como el resultado de emplear la fuerza de forma sistemática contra la masa, tiene lugar una escena que, para mí, fue casi emocionante y muy divertida. Erling, erigido líder de la revolución, descuelga el teléfono y se topa con un sargento que le advierte de las consecuencias que tendrán sus actos. Pero él, rey de Bastoy como es, contesta que solamente hablará con su superior, el rey de Noruega. El murmuro del mar envuelve toda la obra, y al final, la ahoga.

Tráiler

Una imagen de la prisión real y algunas de la película

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